En un artículo tuyo de 1991, a raíz de un hecho aparentemente menor como unas elecciones a la Cámara de comercio, haces una disección de la burguesía catalana y muestras unas fisuras que hasta entonces no habían trascendido. ¿Continúa dividida? ¿El conflicto catalán es una nueva línea de fractura o continúa siendo eminentemente una élite con intereses de clase y en contra de los intereses de las clases subalternas?
Lo que hay son diferentes acentos. Creo que no hay una burguesía catalana monolítica sino distintos sectores de la élite económica. Desde aquella época se ha ido transformando y en algunos aspectos debilitando más. Por ejemplo, la contradicción entre los liberales y los proteccionistas ahora es menor, todos son más bien liberales de credo y, a veces, proteccionistas de ejercicio. De conservadores y centristas todavía hay un poco de todo. Hay más diferenciación en la línea nacional, catalanismo o no catalanismo. En esto se han radicalizado un poco las posturas, a pesar de que se procura que esto no afecte al negocio. Esto es bastante importante: que no afecte al negocio. Hay una cierta pérdida de peso: antes había una vieja burguesía textil y unos grupos que salían en el entorno de las grandes empresas o grupos bancarios y todo esto ahora ha cuajado de forma un poco diferente y hay una hegemonía muy importante de una institución financiera y de su grupo industrial. El empuje y variedad de los grupos burgueses en Cataluña quizás es menos notorio ahora que cuando escribía estas cosas.
¿Artur Mas está cabalgando sobre un tigre desbocado del que ya no podrá recuperar las riendas?
Tiene muy difícil el control de la bestia. ¿Por qué? Porque ni él, por carácter, familiar y político, ni su partido, que ha sido siempre un partido de entendimiento y de pacto y de regateo, no están avezados a una dialéctica de confrontación total, y por lo tanto es muy difícil hacer eficaz tu propia bestia.
¿Crees que se han puesto al servicio de una causa en la que creen o que han intentado aprovechar una causa con cierto apoyo social para servir a sus propios intereses?
Creo que el presidente de la Generalitat tomó el todo por la parte en la manifestación de la Diada. En aquella manifestación había distintas actitudes: aparte de una idea común de protesta, había muchas motivaciones distintas para asistir. Por lo tanto, por importante que fuera, no estaba todo el cuerpo electoral de Cataluña. Y creo que aquí hubo un error de lectura, que en el fondo ha conducido a que el presidente de la Generalitat esté gobernando no con el programa propio de su coalición, el programa electoral con que se presentó, sino con el programa de su aliado, que es ERC. Es muy difícil gobernar un país cuando tu partido está jugando a un juego al que no está acostumbrado a jugar y que, además, estás gobernando con un programa que no es el tuyo sino que es de otro. Es una situación, como mínimo, un poco curiosa para llevar un poco ordenadamente las cosas, ¿no? Y cuando digo curiosa quiero decir que es muy difícil ser eficaz y eficiente en tus objetivos partiendo de este principio.
¿Puede ser que estemos a las puertas de que se rompa el empate perpetuo entre Cataluña y España que, como apuntas en ¿Cataluña independiente? [Catarata, 2013], hace tres siglos que dura?
Sí, todo puede ser. El problema es si es deseable o no. A mí los empates me gustan. En realidad me gusta que mi equipo gane, pero los empates en política son diferentes de los empates en fútbol. En fútbol lo que quieres es ganar por goleada, si puede ser en el Bernabéu y por cinco. Pero la política moderna se hace a base de compromisos, de pequeñas victorias, de adelantos compartidos y progresos repartidos, de facturas redistribuidas… es un poco aburrido, es alambicado, no es épico, no tiene una gran lírica, no es una cosa hecha de grandes epopeyas, pero para las epopeyas ya había las guerras, que eran un desastre. Creo que la democracia moderna es esto, y además nos conviene, porque los catalanes en esto no somos malos y somos perseverantes en la gestión de las pequeñas cosas. De hecho, a veces digo que el pueblo catalán es un pueblo prudente, y si quieres, incluso cobarde.
¿Puede ser que ahora haya perdido el miedo?
Prudente y cobarde en el buen sentido de la palabra. No está mal que el pueblo catalán sea un pueblo prudente, en general, más bien del seny, que de vez en cuando tiene estos episodios de rauxa, porque los prudentes no hacen guerras. ¿Y cuáles son los puntos fuertes de esta sociedad? Son dos. Cataluña es dos «C». El comercio y la cultura. C-C-C: catalanes, comercio y cultura. Y tendríamos que especializarnos en esto. Quizás hemos hecho un poco de aventura en otras cosas en las cuales no tendríamos que habernos especializado. Históricamente estamos más dotados, no por inclinación natural sino porque estamos más entrenados, para el comercio. Aquí hemos comerciado mucho. Mientras los Papas querían que hiciéramos cruzadas, nosotros íbamos a comerciar con los moros y lo hemos seguido haciendo con una cierta gracia. Y después, en la cultura, no solo hemos tenido el gótico, el románico y el modernismo, sino Picasso, Miró y Dalí, que componen una tríada de cierto gozo. Y esto nos ha dado bastante buen resultado. Cuando a veces escucho decir que Cataluña está asfixiada y veo las cifras que dicen que esta, hasta la crisis, es la región que mejor ha funcionado de los cuatro motores de Europa y que estamos al 115% o al 120% de la renta per cápita europea pienso que de asfixias como estas que me den unas cuantas para desayunar cada día. Pero esto no quiere decir que en el memorial de agravios catalán no haya muchas razones que tengan que ser atendidas, tanto económicas, como políticas y simbólicas.
¿Crees que el encaje actual es el menos malo de todos?
No, yo creo que es muy mejorable y que está en tránsito de un empeoramiento brutal. Estamos empeorándolo. El gobierno central está haciendo una refundación subrepticia del modelo constitucional español. Leyes y proyectos como la reforma de las administraciones, la garantía de unidad de mercado, el regulador único que acaba con la descentralización de los supervisores, la autoridad fiscal independiente, incluso la reforma eléctrica, están pautando organismos, maneras de hacer y mecanismos que suponen una centralización extraordinaria y más o menos enmascarada por unos objetivos de simplificación administrativa, de evitar duplicidades y dilapidación de recursos, objetivos que, en sí mismos, están bien. Pero en realidad se está desnaturalizando la impronta política del estado de las autonomías, que se tiende a convertirlo en un estado de las diputaciones. Se está yendo hacia la descentralización puramente administrativa y no política, cuando la gracia de las autonomías es que eran un estado prefederal, con una dimensión política. Esto se había hecho, sobre todo, porque los catalanes, muy notoriamente, y los vascos habían presionado. Si el neocentralismo del gobierno del PP se incrementa, y el moderantismo de los nacionalistas catalanes se convierte cada vez más en un radicalismo práctico, es difícil que no nos hagamos daño.
¿Cuál sería la solución, si dependiera de ti? ¿Cuál es tu escenario óptimo?
Un futuro que fuera una cierta mixtura entre el federalismo alemán y otros modelos de estados en los cuales hay plurinacionalidad y plurilingüismo. Una reforma federal puede ser una vía muy practicable si añade no solo un reconocimiento explícito de la plurinacionalidad en el sentido más práctico de la palabra, sino también, por ejemplo, un reconocimiento muy pleno de las cuatro lenguas del Estado. Las algarrobas administrativas y económicas se pueden resolver por la vía federal. Esto es: el Estatuto no rebajado, no reinterpretado a la baja, lo que conecta con el modelo federal alemán. Pero a esto se tiene que añadir una cuestión simbólica, que es un problema de reconocimiento. Yo creo que la gente está pidiendo un reconocimiento, y me parece que una buena mayoría de los españoles no catalanes entiende el concepto. Por ejemplo, yo he ido a presentar el libro en Málaga y había un centenar de personas en la Sociedad Económica de Amigos del País y eran malagueños. Había tres que eran un poco falangistas, pero aparte de estos tres, el resto lo entendían todo, podíamos discrepar en algo, pero era una cosa muy educada, no eran esta España que dicen que nos roba, que no nos entiende, que nos insulta. En Málaga, no. Que Málaga también es España, España no es solo los ministerios de Madrid. ¿Por qué no se pueden utilizar las cuatro lenguas como mínimo dentro del Parlam
ento español? Apliquemos en este tema también el sistema europeo: las lenguas de trabajo, después, serán las que quieran, pero en el Parlamento Europeo se usan todas las lenguas. ¿Es un problema de recursos económicos? ¿De pinganillo? ¡No ridiculicemos el pinganillo! De hecho es un instrumento extraordinario, mientras no todos hablemos las cuatro lenguas. Esto por un lado, y por otro lado, aquellas instancias que tienen más que ver con el ciudadano y con sus derechos, como el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional, tendrían que poderte atender en tu lengua. A ver, no irás a buscar que te atiendan en gallego en la comisaría de Algete, pero en el Tribunal Supremo ¿por qué no? Que espabilen un poco los jueces, que son gente que hace carrera y que hace oposiciones, que aprendan un poco de idiomas y que después haya intérpretes. ¿Esto no resolvería mucha parte de los problemas? Hay un problema de poder político, de economía y de reconocimiento, y yo creo que, hasta ahora, las propuestas federales que hay —y hay algunas muy interesantes encima de la mesa— van en la buena dirección pero les falta esta parte del reconocimiento. Tendrían que ser algo más osadas.
¿Crees que ahora es demasiado tarde y que los que han dado un paso adelante ya no se conformarán solo con esto? ¿Y que, aunque lo hicieran, las propuestas federales las sostienen actores políticamente irrelevantes, tanto en Cataluña como en España?
Hay dos maneras de enfocar el problema: si no se quiere arreglar o si se quiere arreglar. Dicho de otro modo, si se quiere que se desboque o se quiere que se reconduzca. Y yo prefiero arreglar las cosas antes que estropearlas. Y creo que la mayoría de la ciudadanía de Cataluña y la mayoría de la ciudadanía española está más en esta posición de ordenar y de dar curso a los problemas que en la de estropearlos. La solución no está ni en el centralismo ni en la ruptura, y por lo tanto tenemos que buscar una solución con la cual todo el mundo pueda convivir aunque no sea su ideal. Porque, ¿cuál es el mecanismo de la cultura democrática europea? Pues buscar soluciones en las que todo el mundo pueda habitar, a pesar de que no sean las más satisfactorias. Soluciones en las que todo el mundo esté un poco descontento pero todos estén suficientemente cómodos.
¿Una parte de esta solución podría ser habilitar mecanismos de consulta?
Hay un 76% de la población de Cataluña que quiere compartir identidades, que no quiere renunciar a la identidad catalana ni quiere renunciar a la identidad española, y esto es muy importante. Todos estos han leído a Amin Maalouf, y si no lo han leído, comparten su tesis: se pueden tener identidades superpuestas y no necesariamente enfrentadas. Por lo tanto, hay que buscar soluciones políticas para que estas identidades se puedan desplegar de forma convivencial y óptima. Esta es la primera cosa que se tiene que tener presente.
Hay un porcentaje muy similar que quiere un referéndum.
Hay una mayoría muy significativa de los catalanes que quiere hacer un referéndum sobre el futuro político de Cataluña. Es una mayoría muy cualificada, una mayoría superior a los dos tercios. Nos encontramos con un principio democrático a salvar, y además un principio de legalidad a respetar.
¿Qué principio prevalece sobre cuál?
¿Por qué tienen que contraponerse? La legalidad permite hacer un referéndum. La Constitución permite, en el artículo 92, hacer referéndums. Eso sí, de forma autorizada o delegada por el Gobierno central. La vía es clara. No vale cualquier legalidad. Esta cosa que dicen en el programa de gobierno, que han dicho los líderes políticos del soberanismo «lo haremos con cualquier legalidad», ¿qué significa? ¿Que hay una legalidad de quita y pon? ¿Rebusca y escoge? Hay una ley de consultas catalana —que por cierto está recurrida en el Tribunal Constitucional— que en el artículo siete dice que después de que el Parlamento de Cataluña haya dicho que quiere hacer una consulta aplicará el artículo 92 y enviará al Gobierno la petición de hacer un referéndum. Al final aplicas la legalidad del artículo 92, no hay diferentes legalidades entre las que puedes escoger. Puedes acogerte a diferentes normas, pero después hay una jerarquía. ¿Qué es esto de «la legalidad que se acontezca»? El derecho no tiene agujeros.
El derecho no lo sé, pero su aplicación…
La aplicación es otra cosa, pero el derecho no tiene agujeros porque hay un principio de jerarquía normativa y de expansión de las normas. Esto es lo más bonito del derecho. No puede no hacerse justicia. Si hay una mayoría de ciudadanos que quieren hacer un referéndum, y si esto se plantea de una forma legal y pactada —que es como se plantean las cosas entre gente seria, porque no querremos hacer una kermesse, un referéndum de feria de pueblo, niños de 13 años, unos cuántos extranjeros que pasaban por allí, sin censo, sin documentos de identidad, que la gente presente la partida bautismal—, que se haga. ¿O qué haremos? ¿Una broma? Esto es una cosa muy seria. Por lo tanto un referéndum se tiene que hacer en base a la legalidad y al pacto. De hecho es la única forma que es admisible, y quien diga lo contrario está llevando a la gente a caminos complicados. Ahora bien, si es lo que quieren…
Hablando de pactos, y estando donde estamos, ¿podría repetirse un Pacto del Majestic entre PP y CiU? ¿Hay alguna consecuencia de aquel que podamos percibir todavía hoy o ha habido una fractura total con aquel estado de cosas de no hace tantos años?
Aquel fue un pacto de intereses mutuos de dos partidos. Ahora el pacto que se tendría que hacer es un pacto más de fondo y que incorporara más formaciones y más sensibilidades. No es imaginable que un pacto de aquel tipo nos saque de este problema; hay que ir hacia un pacto de estado.
Pero si pudiera sacarnos de esta, ¿sería posible a corto plazo?
A corto plazo, no. Están empeorando las cosas. El liderazgo del soberanismo está más en la dinámica del agit-prop que no en la de buscar realmente el acuerdo. Y el liderazgo del centralismo está en la dinámica del rechazo sistemático a todo, de utilizar la constitución como un frontón y el recurso al Tribunal Constitucional como un trámite automático, como si las soluciones pretendidamente jurídicas pudieran resolver un problema político de primera magnitud. Por lo tanto, las posiciones no sólo están enfrentadas sino que cada vez se están alejando más. Y el problema crece. Las soluciones tienen que ir por la vía o bien de un acuerdo de base de la reforma constitucional, o bien por la vía del pacto del referéndum, o bien por una vía combinada que integre estos dos caminos. Pero, sobre todo, los protagonistas se tienen que sentar a la mesa. Y no durante dos horas en una reunión en la que uno diga «como sé que me dirán que no, voy allí y hago el trámite y ya estoy justificado» y el otro diga «voy a la reunión para que no me puedan decir que no he escuchado, pero diré que no». ¿Ahora lo resolveremos todo con una carta? ¿Esto es serio? ¿Hay voluntad de negociar por parte de alguno de los dos protagonistas? A mí me gustaría verlo, porque creo que la solución siempre pasa por una combinación de presión, de hacerse notar, y después de dialogar, negociar y pactar. No veo otra.
[CITA (fragmento). REVISTA JOT DOWN. Entrevista a Xavier Vidal-Folch, por Carles A. Foguet. Agosto 2013]